sábado, 27 de noviembre de 2010

Laura le enseñó a Cristina lo que es el amor.

 “¿Qué soy, qué soy? ¿Qué estoy haciendo? No lo sé, pero ¿Me está gustando? ¿Soy feliz? Sí. Entonces sólo déjate llevar.” Pensaba Cristina mientras los labios de Laura rozaban los suyos poco a poco. Después de ese momento nunca volvió a preguntarse nada. Se limitó a sentir, sonreír, besar y abrazar a quién quería.
Laura era alguien totalmente diferente a Cristina. Tenía veintiséis años (le sacaba diez) y vivía en Madrid, muy lejos de ella. Le gustaba la música flamenca, dibujar y viajar. Pero tenían una cosa en común: un amor que podía contra todas sus diferencias y barreras.

Fueron dos meses increíbles en los que se intentaban ver de cualquier manera, haciendo escapadas para verse, poniendo escusas para dormir abrazadas una vez más. Pero después todo se empezó a enfriar. Pasaron de llamarse todos los días a no hablar en semanas. Y Cristina se escapó a verla. Tenía la necesidad de hablar con ella para arreglarlo todo. Pero cuando llegó allí no hizo falta hablar nada: todo se había acabado. Si habían estado frías, ahora lo estaban más. Un abrazo por obligación y ningún beso de los suyos.

Por más que Cristina lo intentaba no podía entenderlo. ¿Por qué? Su pequeño gran secreto se había terminado. Ese por el que tanto habían apostado. Ese inentendible para Cristina. Ella jamás se había enamorado de una chica (en realidad nunca se había enamorado). Pero desde el primer momento en el que Laura le hizo tan feliz, dejó de preguntarse un “por qué”. Supuso que era tan simple como que alguien le pudiera llenar tanto, que no importara su sexo.

Después mantuvieron el contacto durante un año, al menos una vez al mes, diciéndose que se echaban de menos, que querían verse, proponiendo planes para quedar.. Pero ninguno fue llevado a cabo y desde hace cuatro meses no han vuelto a hablar. 

 
Ahora Cristina ve el mundo de otra forma. No juzga sin antes conocer y entiende cosas que quizá antes nunca hubiera entendido. Hay veces que le encantaría contárselo a quién fuera. Pero no lo hace, porque le da miedo. Miedo a que la juzguen, a que le pongan una etiqueta que no es. Y tiene que inventarse un nombre de un chico para hablar de ella. Y se siente asqueada cada vez que lo hace. ¿Por qué es tan difícil de entender que por enamorarte de una chica no tienes que llevar una etiqueta? ¿Por qué es tan difícil entender que Cristina se enamoró de la persona y no del sexo? Hay mucha gente que no podría llegar a entenderlo nunca. Que piensa que es o blanco, o negro. Por eso yo he hecho esta entrada, para que Cristina y todo el mundo que haya vivido de cerca una historia tan increíble, vea que hay personas que lo entienden. Porque en realidad, un amor así, es más fuerte que otro, ya que tienen que luchar contra todas las barreras que hay en su sociedad, pero sobre todo, luchar contra ellas mismas, que eso más duro que cualquier otra cosa.

Y ahora ¿qué siente Cristina? Ni ella lo sabe. Pero si hay algo de lo que puede estar segura, es que no va a olvidarla jamás.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Hoy estoy triste y no sé porque.

¿No os pasa a veces? Hay días en los que derrepente, una tristeza se apodera de mi y no me suelta. Se acomoda en mi estómago y se queda ahí por un largo o corto tiempo; depende. Sobre todo los domingos.
Es una sensación odiosa eso de no saber por qué y qué te hace estar triste.

Ayer vi por cuarta vez 500 days of summer (la vi en agosto por primera vez y no he podido parar de verla) y siempre saco cosas nuevas sobre las que reflexionar. ¿Por qué siempre que terminamos con algo o alguien, nos encerramos en ver sólo las cosas buenas? En esos momentos, lo mejor es intentar recordar las cosas tal como sucedieron. Y yo hoy le he dicho adiós a alguien.

En fin, hoy no tengo nada de inspiración, ni ganas de escribir, ni nada. Tengo esto muy abandonado, pero porque los exámenes no me dejan ni respirar y ahora mismo estoy escribiendo aquí porque no me concentro y necesitaba desahogarme..



-¿Y qué pasó?
-Lo que siempre pasa: la vida.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Cuento de caperucita roja contado por el lobo

El bosque era mi hogar. Yo vivía ahí y me preocupaba por él, trataba de tenerlo cuidado y limpio.
Un día soleado mientras estaba limpiando basura que acampantes habían dejado, escuché pasos. Me escondí detrás del árbol y vi a una pequeña niña viniendo por el camino, trayendo una canasta.
Sospeché de la pequeña niña a primera vista porque ella vestía muy lujosamente, toda de rojo y su cabeza estaba cubierta para que nadie supiese quién era.
Naturalmente me detuve a observarla y le pregunté quién era, de dónde venía y todo eso. Ella me contó un cuento acerca de ir a la casa de su abuela, con la canasta del almuerzo. Parecía básicamente una persona honesta, pero ella estaba en MI bosque y con una apariencia sospechosa con ese extraño gorro encima; entonces decidí enseñarle cuán peligroso era atravesar el bosque vestida tan lujosamente.
La dejé seguir su camino pero corrí rápido a la casa de la abuela.
Cuando ví a la agradable señora le expliqué mi problema y ella acordó conmigo en que su nieta necesitaba aprender una lección.
La señora anciana acordó quedarse afuera, en la sombra, hasta que yo la llamase, en realidad se quedó debajo de la cama.
Cuando caperucita llegó yo la invité al dormitorio, pues yo estaba en la cama vestido como una abuela.
La chica entró con sus mejillas rosadas y dijo algo desagradable acerca de mis orejas. Yo había sido insultado antes y tratando de poner lo mejor de mi, sugerí que las orejas grandes servían para escucharla mejor; mi intención era decirle que yo quería escucharla y prestarle mucha atención a lo que estaba diciendo, pero ella dijo otra frase insultante acerca de mis ojos saltones.
Ahora uds. pueden llegar a entender cómo me estaba sintiendo acerca de esa chica que parecía tan agradable pero que en realidad era una persona tan desagradable. Sin embargo, seguí con mi política de poner la otra mejilla, entonces le dije que los grandes ojos me servían para poder verla mejor a ella.
Su siguiente insulto realmente me dolió. Yo siempre tuve problemas de tener grandes dientes y esta pequeña niña me insultó acerca de ellos. Yo sé que debí haberme controlado más pero bajé de la cama y le dije que mis dientes me ayudarían a comerla mejor.
Ahora, déjenme explicarles, ningún lobo podría comer nunca a una pequeña niña, todos sabemos esto, pero la Caperucita loca comenzó a correr alrededor de la casa gritando. Yo corría detrás de ella, tratando de calmarla, me había sacado la ropa de la abuela, pero esto lo único que hizo fue empeorar aún más la situación: se abrió la puerta y un enorme leñador estaba ahí con su hacha, mirándome, fue claro para mí ver que yo estaba en problemas y me fui por una ventana que había detrás de mí.
Quisiera decirles que este fue el final pero la abuela nunca va a contar mi lado de la historia.
Al poco tiempo se empezó a decir que yo era impulsivo y todos comenzaron a evitarme.
No sé más acerca de la pequeña niña con su linda Caperucita Roja, pero yo, nunca más volví a ser feliz.


Simplemente pongo esta historia para que nos demos cuenta de que las cosas no siempre son lo que creemos. Porque la realidad, a menudo es muy distinta a lo que uno cree que es, las personas no siempre son lo que aparentan ser, ni las relaciones y mucho menos los amigos y esa realidad es la que se encarga de poner a cada uno en su sitio, porque uno cree que es negro, pero puede ser blanco, o uno cree que es blanco pero probablemente sea de todos los colores del arcoiris, uno sabe como empiezan las cosas pero nunca sabe como van a terminar..

viernes, 5 de noviembre de 2010

Nuestra promesa irrompible

-Y cuando cumpla los 18 ¿qué? Seguiremos aquí y mi madre seguirá siendo mi madre y querrá matarte si me pones una mano encima..
-Eso no va a ser siempre así.
-¿Me estás pidiendo que te espere? Pídemelo..



lunes, 1 de noviembre de 2010

Hoy

No sé por qué, pero siento la necesidad de escribir. Sobre ti, una vez más. ¿Por qué? Quizá es que la música tan triste que estoy escuchando hace que me ponga triste, como hacía tiempo no lo había estado. Había olvidado ese nudo en el estómago que hace que pueda estar llorando demasiado tiempo y que piense que esa sensación tan desagradable no va a terminar nunca. ¿Por qué? ¿Por qué todos los días, aunque sólo sea un segundo, pienso en ti? No lo entiendo. Pensaba y estaba segura de que te había olvidado. Pero ya veo que no. Que eres esa espinita clavada, que parece que no está, pero que en algún determinado momento, aparece. Y me vuelve a hacer sentir melancólica, como tiempo atrás. Sin ninguna razón. O me pone los pelos de punta cuando hay una mínima posibilidad de hablar de nuevo contigo. Sé que ya no es lo mismo, y que ya no te quiero, o al menos, ya no como antes. Pero también sé, que volvería a caer todas las veces que tú quisieras que cayera. Porque es algo inevitable. Eres inevitable. Y si algún día volviera todo, debes saber de antemano, que sería yo la que jugaría con desventaja.