domingo, 15 de abril de 2012

Su salvación tiene nombre de mujer

Sonaban fuertes sus pasos sobre las escaleras. Quería mostrar seguridad. Javier lo había decidido: se iba. Se alejaba de toda aquella oscuridad, de esa vida que él no había elegido y en la que había terminado ahogado por intentar hacer feliz a todos los que le rodeaban, sin pensar un segundo en él. Pero la situación le superaba. “¿Cómo puedo vivir una vida vacía sin saber lo que son las sonrisas que salen del alma?”.  Y al fin, con 48 años, escapó. No se sentía mal, pues se lo había anunciado muchas veces a Marta, su mujer. Ella había diseñado un plan de vida para los dos en el que él nunca se había visto encajado.

Sólo se llevó su guitarra (esa que ya había cogido polvo de no utilizarla para no molestar a su mujer) y los ahorros de su cartilla personal, que no eran muchos, pero sí los suficientes como para atreverse a dejar la puerta de casa a sus espaldas. Justo lo necesario para ser feliz.

Vivió días muy intensos, viajando por los países que una vez de joven había apuntado en una lista, esa que había quedado igual de vacía que al principio. Vagó varios meses, tocando su guitarra en pasajes y durmiendo en hostales, incluso a veces en esquinas, sintiendo ese fuerte cosquilleo en el estómago al no saber que le depararía ese día.

Y en un pasaje cualquiera, precisamente uno de Ankara, conoció a una joven mujer que compartía su misma afición. Era de tez morena y ojos de un verde tan penetrante que llenaban con sólo verlos. Se llamaba Bárbara y pasó con ella las dos mejores noches de su vida. Javier supo en ese breve instante que ella era la mujer que tanto había esperado. Pero decidieron seguir su camino por separado, aceptando que si su destino era estar juntos, volverían a reencontrarse en otro pasaje cualquiera, de un país por conocer..