“¿Qué soy, qué soy? ¿Qué estoy haciendo? No lo sé, pero ¿Me está gustando? ¿Soy feliz? Sí. Entonces sólo déjate llevar.” Pensaba Cristina mientras los labios de Laura rozaban los suyos poco a poco. Después de ese momento nunca volvió a preguntarse nada. Se limitó a sentir, sonreír, besar y abrazar a quién quería.
Laura era alguien totalmente diferente a Cristina. Tenía veintiséis años (le sacaba diez) y vivía en Madrid, muy lejos de ella. Le gustaba la música flamenca, dibujar y viajar. Pero tenían una cosa en común: un amor que podía contra todas sus diferencias y barreras.
Fueron dos meses increíbles en los que se intentaban ver de cualquier manera, haciendo escapadas para verse, poniendo escusas para dormir abrazadas una vez más. Pero después todo se empezó a enfriar. Pasaron de llamarse todos los días a no hablar en semanas. Y Cristina se escapó a verla. Tenía la necesidad de hablar con ella para arreglarlo todo. Pero cuando llegó allí no hizo falta hablar nada: todo se había acabado. Si habían estado frías, ahora lo estaban más. Un abrazo por obligación y ningún beso de los suyos.
Por más que Cristina lo intentaba no podía entenderlo. ¿Por qué? Su pequeño gran secreto se había terminado. Ese por el que tanto habían apostado. Ese inentendible para Cristina. Ella jamás se había enamorado de una chica (en realidad nunca se había enamorado). Pero desde el primer momento en el que Laura le hizo tan feliz, dejó de preguntarse un “por qué”. Supuso que era tan simple como que alguien le pudiera llenar tanto, que no importara su sexo.
Después mantuvieron el contacto durante un año, al menos una vez al mes, diciéndose que se echaban de menos, que querían verse, proponiendo planes para quedar.. Pero ninguno fue llevado a cabo y desde hace cuatro meses no han vuelto a hablar.
Ahora Cristina ve el mundo de otra forma. No juzga sin antes conocer y entiende cosas que quizá antes nunca hubiera entendido. Hay veces que le encantaría contárselo a quién fuera. Pero no lo hace, porque le da miedo. Miedo a que la juzguen, a que le pongan una etiqueta que no es. Y tiene que inventarse un nombre de un chico para hablar de ella. Y se siente asqueada cada vez que lo hace. ¿Por qué es tan difícil de entender que por enamorarte de una chica no tienes que llevar una etiqueta? ¿Por qué es tan difícil entender que Cristina se enamoró de la persona y no del sexo? Hay mucha gente que no podría llegar a entenderlo nunca. Que piensa que es o blanco, o negro. Por eso yo he hecho esta entrada, para que Cristina y todo el mundo que haya vivido de cerca una historia tan increíble, vea que hay personas que SÍ lo entienden. Porque en realidad, un amor así, es más fuerte que otro, ya que tienen que luchar contra todas las barreras que hay en su sociedad, pero sobre todo, luchar contra ellas mismas, que eso más duro que cualquier otra cosa.
Y ahora ¿qué siente Cristina? Ni ella lo sabe. Pero si hay algo de lo que puede estar segura, es que no va a olvidarla jamás.