Mis sensaciones

Estoy recordando ese amor conocido en verano. El más inesperado y diferente, pero aun así, el primer amor. Lleno de momentos de risa, de horas al teléfono sin tener nada nuevo que contar, pero sin tener ganas de colgar. De abrazos, sonrisas y besos. De noches de amor, de días interminables, de querer parar el tiempo y al no poder, aprobecharlo al máximo y hacer de esos días inacabables y ver amanecer. Llenos de caricias, de te quieros sinceros y de ganas de querer. Lleno de frases amorosas, de miles de canciones, de juegos absurdos, miradas cómplices y besos escondidos. Un amor secreto, en el que solo dos personas creían, apostaban y tenían ganas de seguir adelante. Lleno de despedidas indeseadas, de lágrimas al verse marchar y de deseos de volver a verse pronto. Un amor lleno de nuevas experiencias, de promesas que se desean cumplir.

Pero como casi todas las historias, llegó el final. Uno doloroso, demasiado. Porque el dolor de la pérdida de un amor es proporcional a la belleza de la historia vivida. Y cuando crees que nada puede cambiar, que estás sumergida en ese dolor, que no ves el final, que crees que es imposible que pase.. De repente, aparece él. Cargado de esperanzas, de sonrisas y de ganas de vivir.  Que te ayuda a levantarte, demostrandote que vale la pena luchar por no caer y si caes levantarte. Enseñandote que puede haber otros besos, quizá no mejores, pero si dulces. Otros abrazos, otras miradas y otras sonrisas sinceras. Otras fechas para recordar, otras canciones y otras promesas. Y cuando lo ha conseguido, desaparece. Habiendo conseguido su objetivo: hacerte feliz.