-Sé que es difícil, que estás lejos y que no eres la persona adecuada, pero a pesar de todo, te quiero. No es un capricho de niña como puede ser cualquier cosa, ahora más que nunca estoy segura de lo que quiero. Te quiero a ti. Pero no estamos llegando a ninguna conclusión.. ¿Aún no sabes lo que quieres?
-Yo nunca sé lo que quiero. Simplemente me dejo llevar y ya. Tengo muchas dudas en cuanto a nuestra relacción. No quiero cagarla, no quiero hacerte daño. Quiero estar a tu lado, pero no sé si podemos. Si estoy contigo siento que te estoy robando algo.. Y si no estoy contigo una parte de mi quiere estar a tu lado. Pero no puedo pedirte que me esperes, no puedo ser tan egoista.
-Si, bueno, creo que sí. Pero, ¿qué importa ahora? Míranos. Cada uno a cincuenta metros del otro. Sin pensar, sin recordar. Se acabó. Así. De repente. Y ¿sabes? Cuando te has pasado tiempo recordando momentos que viviste a su lado y sentías ese dolor punzante que se quedaba en ti por un rato interminable y ahora los recuerdas y no sientes nada. Incluso te cuesta recordarlos... Lo echas de menos. Echas de menos hasta ese dolor interminable, las ganas de llorar, gritar y no parar. Esa pequeña esperanza que te prohibía rendirte y esos momentos en los que sentías que te faltaba algo por no tenerle al lado... Echas de menos echarle de menos. Cuando dedicabas tan sólo un minuto para pensar en otra cosa que no fuera algún momento a su lado y ahora solo dedicas uno para intentar recordarle. Y ves que no pasa nada. Que sigues feliz y ese pinchazo noamenaza con regresar... Te sientes vacía. -Es increíble como, el amor, aun siendo sólo doloroso, se echa tanto de menos.
-Miénteme. Pero hazlo ya, ahora. –Le dije mientras le miraba fijamente, sin dejarle desviar su mirada dulce ni un segundo. –Dime que me deseas y que quieres que sólo sea tuya. Déjate llevar por el momento. No importa que no sea verdad. Sólo quiero que lo digas, quiero creerme que es cierto. Quiero sentir el sabor de tus labios pronunciando esas palabras. Quiero que me hagas la más feliz del mundo por creerme todo lo que me digas. Quiero que me hagas tuya.
Pero él no reacciona. Sigue apoyado contra la pared, soltando poco a poco sus manos de las mías. Desvía la mirada, para mirar no se sabe dónde. Y me mira, de nuevo.
-No tengo porqué mentirte. Pero puedo decírtelo. Puedo decirte que te deseo y que quiero que seas solo mía. Pero eso no sería mentir. Porque es lo que siento. Es lo que tú me haces sentir. Siempre había intentado contenerme, pensar que no merecía la pena pensar en ti porque tú no pensabas en mí. Y de repente un día cualquiera, apareces sin más en mi casa, entras y no me das tiempo ni a hablar. Me acaparas, te pones en frente de mí y me empotras contra la pared. Ni si quiera me das tiempo a pensar. Estás rematadamente loca.
-Perdona, no quería molestarte. Yo… Solo quería…
-Déjame acabar. Estás rematadamente loca, porque a una persona que piensa, no se le ocurre ir a alguien a las dos de la madrugada a decirle que le mienta. Y tú, lo has hecho. Y me encanta. Me encanta tu locura, tu mal humor de repente. El no saber qué vas a decir ni contestar en cada momento. Tu pelo alborotado por las mañanas y tus días vagos en los que te cuenta hasta vestirte. Me encanta que me grites y que al momento hagas como que nada haya pasado y me abraces. Me encanta tu manera de correr, de sonreír. Me encantas. Tus defectos, tus virtudes y tú. Entera. Y te deseo. Deseo que sólo seas mía y que puedas gritarme y abrazarme día a día. Y sobre todo, espero verte despertar cada mañana con el pelo alborotado y tu mal humor mañanero. ¿Qué me dices? ¿Acaso esto no es estar loco?
-Cállate. Ahora bésame y no pares nunca. Deja que yo marque el ritmo y tú sólo déjate llevar.
Una mirada. Su mirada. Que te calla, que te ahoga. O te acelera la respiración.
Callarte y mirarle fíjamente a los ojos.
Y sonreir. Como una idiota. Sin complejos, sin miedos.
Tener ganas de besarle y no poder resistirte a ello. Olvidarte de todo lo demás y centrarte tan sólo en sus ojos. En sus labios carnosos que te piden un beso. Pero no uno solo. Uno más. Y otro. Y así infinítamente.
Irte a casa y pensar en él. Echarte en la cama y pensar en él. Comer mientras le recuerdas. Estudiar y desviar el pensamiento a sus dulces besos. Levantarte por la mañana y echarle de menos.