Siento nerviosismo en su mirada expectante buscando cada diez minutos el reloj, esperando que el tiempo pase cual estrella fugaz en un momento inesperado. ¿Qué estará pensando? ¿Qué historia le estará esperando fuera? Siempre he querido poder saber eso.
Me encanta viajar en autobús. Creo que es la manera más fácil en que las ideas toman su debido sitio, sobre todo en los viajes largos. Me siento liberada, lejos de cualquier problema, solamente existimos mi música y yo. También me encanta mirar a mi alrededor, a las personas que comparten conmigo ese viaje. Me gusta fijarme en sus caras, la forma cansada en que miran la ventana, o en que mascan nerviosos el chicle que ya no tiene sabor. Me imagino sus historias. Como el chico que está a mi derecha. Creo que tiene unos 28 años. Está continuamente pendiente de su pelo. No escucha música, se limita a mirar a un punto fijo del que solo desvía la mirada para comprobar que nadie lo ha reclamado a través del móvil. Creo que en la estación le estará esperando esa chica por la que hace tantos viajes y por la primera que, sin saber cómo, ha decidido probar aquello que llaman “amor a distancia”. O la mujer que está delante, de unos 50 años, deseosa de que al fin el autobús pare. Se dirige a una cena de viejos amigos después de años sin verlos.
¿Y yo? ¿Quién soy? ¿Hacia dónde me dirijo? Quizá alguien esté imaginando mi vida. Puede que piense que voy a visitar a una amiga, o tal vez a un chico. También es posible que piense que vuelvo a casa después de estar estudiando en la universidad. Ninguno dará con mi caso. Ni si quiera yo daría con él. Sólo sé que me dirijo a un nuevo lugar donde exista un aire tan fácil de respirar que cure cualquier cicatriz que el pasado dejó marcada en mi piel.