En julio me fui a Tenerife quince días a casa de mi tía. Algo en mí dijo que tenía que ir sola. Y así lo hice. Fueron 15 días completamente diferentes, en los que me conocí aún más a mi misma y quité importancia a cosas que no la tenían y que durante mucho tiempo se la había dado. La verdad, quedé bastante satisfecha con todo lo aprendido y "meditado" sobre lo que gira al rededor de mi vida y llegué a la conclusión de que no hay de qué preocuparse, porque "cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol".
Después todo seguía con normalidad, esperando a mediados de agosto, que iba a ser una pequeña etapa de superación para mi. Iba a ir 10 días a un campamento para "ganarme" el título de animadora. Además de ser una superación por el hecho de que hay que darlo todo de tí misma para conseguirlo (ya que todos no podíamos obtenerlo), tenía que enfrentarme a mis miedos: otro campamento, después de dos años. Lloré durante dos semanas antes de ir, creía que no estaba preparada, que no iba a poder soportar volver a uno y que aquella persona no estuviera para mi.. que no pudiera regalarme abrazos a todas horas y no sintieramos la necesidad de no separarnos nisiquiera por un instante. Pero me equivoqué. Era otro campamento completamente diferente, en el que conocí a personas que siempre quedarán grabadas en mí, en el que me dí cuenta de que era más fuerte de lo que pensaba.. Y sobre todo, de que toda mi vida no depende sólo de esa historia. Que puedo vivir, y ya no eso, sino que tengo la obligación de hacerlo.
Y por último, mi viaje en septiembre a Punta Cana. Con mis padres y mi prima. Intuía que podía ser increíble, pero jamás pude llegar a pensar que tanto. He confirmado la sospecha de que puedo vivir sin aquella historia, de que ya no me duela aunque su nombre siga dentro de mí. El mar azul del Caribe y la arena tan blanca se llevó muy lejos de mi cualquier síntoma parecido a la tristeza, he conocido a personas muy especialese y abierto mi corazón como desde hacía tiempo no había hecho.