Eran las seis de la mañana y Daniel se despertó sobresaltado. Esa noche había tenido un sueño extraño. Soñó con un lugar que no conocía, lejos de su trabajo, lejos de sus amigos de siempre, de su familia, de la mujer con la que llevaba compartiendo casi treinta años… Pero lo extraño es que allí era feliz. Increíblemente feliz.
Y nada más despertase, se levantó de la cama y se dirigió al armario sin hacer a penas ruido. No quería despertar a Marta, que soñaba con no se sabe qué acurrucada en la cama. Sacó una maleta pequeña en la que metió poca ropa. Cogió dinero de la cartera y la metió en la maleta de mano. Apuntó dos números de teléfono en un papel y desconectó el móvil. En otro papel escribió:
No me esperes, no volveré. O al menos, no pronto.
Daniel.
Y lo dejó en la mesilla de su mujer.
Rápidamente salió por la puerta y corrió hacia el aeropuerto. “Un billete para un lugar que esté lejos, y que sea diferente” pidió a la azafata. Bali, en Australia le pareció el lugar adecuando. En dos horas subió al avión que le depararía a una nueva vida, lejos de todo. Sabía que nadie le entendería, y que lo juzgarían por marcharse así. Pero tenía cincuenta y tres años, odiaba la monotonía y llevaba treinta años atado a una vida que jamás hubiera imaginado, que no era la suya. “Yo no he nacido para esto” siempre se repetía. Y hoy, no se sabe por qué, escapó.
Aún sentía miedo respecto a su decisión. Pero se daba cuenta de una cosa: las decisiones eran solamente el comienzo de algo. Y él había comenzado sonriendo.
A veces me gustaría ser tan valiente como Daniel, salir corriendo y dejar todo atrás, apartanto el miedo y lanzándome a la aventura. Pero nunca lo consigo. Quizá porque hay demasiadas cosas (sobre todo, demasiadas personas) que me retienen aquí.
Ah! Muchísimas gracias a Chica Gris por el premio que me ha dado en su blog! (Un blog muy bonito, os lo recomiendo sin duda!)
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